A veces nos sentimos más parte de un colectivo que de una familia. No encontramos los fuertes vínculos familiares, y sin embargo nos identificamos con las señas de identidad de quienes forman parte de un colectivo.
Buscamos referentes que nos permitan construir nuestra identidad, que nos ayuden a sentir seguridad y a que nuestra personalidad no se sienta frágil y quebradiza.
Para muchas personas el diagnóstico puede ser el desencadenante del desarraigo que sentimos, justificamos con el diagnóstico nuestra falta de apego y de sentimientos que nos vinculen a alguien. También puede suceder que nuestra identidad se empiece a reconstruir de nuevo desde la realidad de ese diagnóstico, y es la única manera desde la que empezamos a dar sentido y explicación a nuestra vida.
Hay situaciones en que es la propia familia la que no desea que entres a formar parte de ella, porque ese diagnóstico no entra en los planes de sus exigencias.
Y por debajo de todo eso, quizás debamos de preguntarnos por qué es tan importante encontrar sentido en nuestras «raíces», en la historia o la tradición familiar, como sin ella, nuestra vida no tuviese el mismo significado o fuese menos importante. Quizás no sepamos encontrar en nosotras aspectos que nos ayuden a comprendernos cómo somos, y necesitamos de una seguridad, de una historia gloriosa pasada que se tendrá que repetir en nosotras como lo hace la tradición familiar.
Y a todo esto, todas esas historias idealizadas que se remontan a un pasado heroico, quizás pudieran construirse desde una tradición muy diferente a la nuestra y en la actualidad una no necesite remitirse al linaje, pues el placer que necesitamos es tan inmediato como efímero y ya nada es para siempre, ni tan siquiera el gran amor de nuestra vida, sólo el dolor de la pérdida, puede ser nuestro más terrible compañero por toda nuestra existencia. Un dolor que es la marca de una soledad gravada en las entrañas, porque ese amargo dolor nos sale de la víscera más profunda, todo sentimiento. Y cuando duele, ya nada nos pertenece, ya nada es nuestro, ya nada nos podrá retener, como si nos hubiesen cortado las raíces de la vida.
Se me ocurre, que en esa búsqueda del mito familiar, es la necesidad de encontrarnos que formamos parte de ese mundo de padres y madres superhéroes y superheroínas, que no existen en ninguna parte salvo en los comics. Y al descubrir que el mito es falso, que somos demasiado humanos y que no existe la magia que transforma a los mundos en ideales, nos desencantamos de la vida, y de la escasa heroicidad de nuestros progenitores, por ser reales y frágiles como los sentimientos.
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